La ciudad es frívola y finita, permanece y cambia constantemente. ·En ella, cada segundo es diferente y su imagen pasa, en ocasiones, desapercibida para algunos. Esta vez para mí no fue así.

Pasando por Insurgentes Sur casi a la altura del Eje 10 Copilco, mientras se disolvía el tráfico, me fijé en un edificio que llevaba mucho tiempo abandonado y comencé a jugar con él. Se convirtió en un anhelo más para mí justo cuando imaginaba las remodelaciones que le haría y el uso que le daría.

Pasó el tiempo y yo con él muchas veces más por el mismo lugar.

En ocasiones me parecía una buena opción para un café-bar o una librería bar, e imaginaba los muebles que usaría, los colores, y hasta en el menú para la sección del café. Otras como un centro cultural donde podría explayarme con todas las ideas que tenía de exhibiciones y talleres, pensaba en toda la gente que conozco, en lo útil que le sería y en lo afortunada que sería en compartirlo de ese modo. A veces mi deseo se volvía totalmente egoísta y simplemente lo convertía en mi prospecto para vivir.

Un día, en el mismo lugar, observando el sitio, dejé de fantasear y me di cuenta de todo lo que me recordaba. Alguna vez de pequeña llegando con mi madre al restaurant de a lado, otra acompañando a una amiga a la tienda de manzanas cibernéticas de enfrente. Más tráfico y yo de niña en el auto de alguno de mis tíos, más niña y jugando con mis primas de nuevo en un auto, en la parada del autobús bajo la lluvia, una discusión, de camino al hospital, una cita interrumpida, deseando que callara el taxista, buscando estacionamiento, saliendo de la tienda papelera de enfrente, disfrutando de una manzana, caminando y haciendo tiempo para ir a clases, una noche con prisa de llegar a casa y con prisa de llagar a otro lugar, otro día esperando el metro bus, uno más pasando en el metro bus. Y en cada momento ahí estaba, involuntariamente su imagen replicaba en mi mente cada vez que pasaba frente y al costado de él.

Y de pronto, de nuevo esperando al metro bus, lo volví a ver…