Por Manuel Delgado/ El Manolete
Enrique Bostelmann: epitafio de la imagen
México, una nación que ciñe un patrimonio cultural inigualable, una tierra tan cálida y multifacética como su propia gente, un lugar donde cada rincón esconde una composición rica en colores, olores y sabores. Un México al que todos nosotros palpamos diariamente con el poder de los sentidos, pero en donde muy pocos tienen la capacidad por expresarlo a través del carácter de la imagen. Fue esta característica la pauta que marcó el trabajo de Enrique Bostelmann; un hombre que dedicó gran parte de su vida en recorrer y plasmar los paisajes más recónditos del país. A Bostelmann no le importó captar bajo su lente el laberinto de las calles europeas o el desolado paisaje de la Sierra Gorda, para él todo objeto y todo lugar contenía dentro de sí mismo un mensaje que apremiaba ser expresado.
Los años pasaron y su técnica se depuró con una infinita gama de matices que encontró en tierras latinoamericanas. Fue ahí donde se presentó la heterogeneidad necesaria para poder confinar una historia visual a todo aquél individuo que haya querido deleitarse con el poder de su obra. Comienza por retratar rostros desconocidos, paisajes nunca antes vistos y termina fotografiando todo aquello que se cruce por su paso. Muchas veces carece de una línea temática y el catálogo de sus imágenes puede ser realizado tan solo cuando las impresiones nacen del vientre del cuarto obscuro.
En la etapa madura de su trabajo, resulta obvia la necesidad por canalizar nuevas instancias de comunicación; se olvida momentáneamente de aquellas fisionomías alegres, serias, llenas de dicha y tristeza. Confiriendo así un mayor grado de importancia al lenguaje que utiliza el hombre por medio de sus objetos materiales. La composición pictórica se delimita a fotografiar las obras de otros artistas mexicanos, hombres dedicados a diversas disciplinas tales como la arquitectura, la plástica y la pintura. Su amistad con el escultor Mathias Goeritz y el retrato de sus obras son prueba de ello ¿Pero por qué fotografiar el trabajo de alguien más? Porque la fotografía permite utilizar un lenguaje totalmente distinto sobre un mismo referente. Los ojos podrán dar un vistazo vago y superficial sobre un objeto, pero el lente siempre retendrá el mínimo detalle sin fecha de caducidad.
Observar una imagen de Bostelmann no significa apreciar una de las mejores destrezas fotográficas, más que eso, en ellas se encierra un diálogo interior que el artista clama por compartir con el resto del público. Desgraciadamente, estas palabras se diluyen en el letargo de la realidad. Hoy en día, el mayor acervo pictográfico de Bostelmann (que asciende a 35 mil piezas, entre negativos, placas e impresione) se encuentra abandonado en una casa en San Ángel, Ciudad de México, el domicilio de su viuda Yeyyete, quien lucha arduamente por conseguir un espacio digno para resguardar su obra.
Seis años se han cumplido desde su fallecimiento, pero hoy más que nunca, la vida de Bostelmann sigue vigente en la trascendencia de sus imágenes. Observar una de sus fotografías es saber apreciar, comprender y asimilar todos los elementos que hay detrás de ella. Aunque su descendencia proviene de orígenes alemanes y su físico haya tenido expresas características teutonas, cabe destacar que su labor nunca se desligó de la naturaleza latinoamericana de aquellas personas y aquella tierra que lo vieron nacer. Menester es recordar que el amor y la constancia del trabajo de Bostelmann, es un hermoso patrimonio heredado al resto del mundo.
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