Por Erika Espino
Desperté aquel sábado con tremendas ganas de asistir a la marcha. Aquella marcha tan sonada, a la que se te pedía que fueras vestido de blanco y llevaras veladoras. Nunca había asistido a una y creo que idealicé ésta.
Mientras me vestía de blanco, imaginaba cómo sería la marcha, la cantidad de gente que se uniría y reuniría en un mismo lugar con un mismo objetivo. Me encontré con un amigo y su madre para ir juntos a la marcha. Llegamos justo a las 6 al ángel (donde fue la cita). Yo veía gente, mucha mucha gente, por todos lados, gente vestida de blanco, gente con veladoras de colores, gente con deseos de ser escuchada realmente. Las calles que estaban cerradas para el tránsito automovilístico, se encontraban especialmente abiertas a esta gente, deseosa de expresarse, de reclamar y exigir un bien común.
Mientras caminábamos más gente se nos unía y parecía que todos sabían qué hacer y cómo hacerlo, todos estábamos en el "mismo canal". No pasó mucho tiempo para que yo notara que la mayoría de la personas que ahí nos encontrábamos, pertenecíamos a la clase media. Nosotros los 'clase-medianos', que supuestamente vivimos en el balance económico y social envidiado por los de abajo, resultamos ser quienes apoyaron y nutrieron la marcha.
Al caminar escuchaba las conversaciones cercanas, distintas personas hablando de distintas cosas. Esto me hizo caer en cuenta de que realmente no se logró aquella unión deseada. Mientras avanzábamos la gente olvidaba el motivo de nuestra reunión, se distraía con los comercios ubicados en las calles que transitábamos o con las mercancías que los comerciantes ventajosamente vendían a la gente que "iba" a marchar por la seguridad. Entre banderines que decían ¡YA BASTA!, pulseras con leyendas de paz y seguridad y las playeras que hacían alución al evento, me desilusioné.
De pronto volví a ver a aquel señor, ese señor que me había encontrado ya cuatro veces con anterioridad en distintos puntos de la ciudad. Igual que siempre, vestía elegantemente su traje gris cuadriculado y de nuevo portaba su paloma de unicel con palabras escritas en ella que formaban la frase "AMOR Y PAZ". El señor se encontraba a orillas del mar de gente agitando su mano y sonriendo a cuantos pasaran frente a él. Sonreía, él, como siempre lo hace con aquel semblante que provoca el olvido de todo y que devuelve la esperanza que creías perdida.
Después de verlo no pude concentrarme más en la marcha, no quise. Sólo recuerdo que llegamos al Zócalo y unidos en el canto de nuestro himno nacional prendimos las veladoras iluminando a México, proyectando símbolicamente el propósito y nombre de la marcha. Esperaba mucho de esta marcha, esperaba más de mí. Me volví a encontrar con la realidad de nuestra sociedad, una sociedad desunida. Sí, es cierto que nuestro derecho y deber es exigir al gobierno que trabaje de mejor forma para nuestro bien común, pero me pregunto cómo hacerlo si la sociedad no es una.
Debemos devolvernos aquella confianza que teníamos en nosotros y en los demás para hacer los cambios que deseamos hacer en nosotros. Por ello es que busco y aclamo al señor de la paloma de unicel, que ejemplo es de esto. Él me hizo recordar que hay que creer, porque al fin de cuentas todos buscamos lo mismo ... LA FELICIDAD.
Desperté aquel sábado con tremendas ganas de asistir a la marcha. Aquella marcha tan sonada, a la que se te pedía que fueras vestido de blanco y llevaras veladoras. Nunca había asistido a una y creo que idealicé ésta.
Mientras me vestía de blanco, imaginaba cómo sería la marcha, la cantidad de gente que se uniría y reuniría en un mismo lugar con un mismo objetivo. Me encontré con un amigo y su madre para ir juntos a la marcha. Llegamos justo a las 6 al ángel (donde fue la cita). Yo veía gente, mucha mucha gente, por todos lados, gente vestida de blanco, gente con veladoras de colores, gente con deseos de ser escuchada realmente. Las calles que estaban cerradas para el tránsito automovilístico, se encontraban especialmente abiertas a esta gente, deseosa de expresarse, de reclamar y exigir un bien común.
Mientras caminábamos más gente se nos unía y parecía que todos sabían qué hacer y cómo hacerlo, todos estábamos en el "mismo canal". No pasó mucho tiempo para que yo notara que la mayoría de la personas que ahí nos encontrábamos, pertenecíamos a la clase media. Nosotros los 'clase-medianos', que supuestamente vivimos en el balance económico y social envidiado por los de abajo, resultamos ser quienes apoyaron y nutrieron la marcha.
Al caminar escuchaba las conversaciones cercanas, distintas personas hablando de distintas cosas. Esto me hizo caer en cuenta de que realmente no se logró aquella unión deseada. Mientras avanzábamos la gente olvidaba el motivo de nuestra reunión, se distraía con los comercios ubicados en las calles que transitábamos o con las mercancías que los comerciantes ventajosamente vendían a la gente que "iba" a marchar por la seguridad. Entre banderines que decían ¡YA BASTA!, pulseras con leyendas de paz y seguridad y las playeras que hacían alución al evento, me desilusioné.
De pronto volví a ver a aquel señor, ese señor que me había encontrado ya cuatro veces con anterioridad en distintos puntos de la ciudad. Igual que siempre, vestía elegantemente su traje gris cuadriculado y de nuevo portaba su paloma de unicel con palabras escritas en ella que formaban la frase "AMOR Y PAZ". El señor se encontraba a orillas del mar de gente agitando su mano y sonriendo a cuantos pasaran frente a él. Sonreía, él, como siempre lo hace con aquel semblante que provoca el olvido de todo y que devuelve la esperanza que creías perdida.
Después de verlo no pude concentrarme más en la marcha, no quise. Sólo recuerdo que llegamos al Zócalo y unidos en el canto de nuestro himno nacional prendimos las veladoras iluminando a México, proyectando símbolicamente el propósito y nombre de la marcha. Esperaba mucho de esta marcha, esperaba más de mí. Me volví a encontrar con la realidad de nuestra sociedad, una sociedad desunida. Sí, es cierto que nuestro derecho y deber es exigir al gobierno que trabaje de mejor forma para nuestro bien común, pero me pregunto cómo hacerlo si la sociedad no es una.
Debemos devolvernos aquella confianza que teníamos en nosotros y en los demás para hacer los cambios que deseamos hacer en nosotros. Por ello es que busco y aclamo al señor de la paloma de unicel, que ejemplo es de esto. Él me hizo recordar que hay que creer, porque al fin de cuentas todos buscamos lo mismo ... LA FELICIDAD.
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Y finalmente es un reflejo de la sociedad mexicana que no entiende lo que hace y que se mueve con la masa, lamentablemente falta mucho para que México sea un pais unido, y no debemos empezar con una marcha ni exigiendo a las autoridades, debemos empezar por nosotros dejando de comprar piratería, robando redes inalámbricas, comprar sin factura etc... el crimen y la delincuencia existira siempre que se le alimente