Pase a Caparrós:
Advertirás que, sin florituras, comienzo mis jugadas con un pase sencillo. Eso revela de dónde vengo: los pases laterales tienen denominación de origen; se inventaron en Comala, la región de Juan Rulfo, donde la historia se reitera sin producir sucesos. Luego se repartieron en las demás canchas mexicanas.
Me sorprende el Mundial de desplazamientos que juegas mientras los dioses patean en Sudáfrica. “Viajar, perder países”, escribió Pessoa. He perdido la cuenta de los sitios donde has estado, entre otras cosas porque nunca los retuve. Para mí, has saltado del Grupo C al B y luego a octavos de final. No tengo otra cartografía que las canchas. Me estoy volviendo hikikomori, como se llama en Japón a los adolescentes que no se despegan de la pantalla. El Mundial es una estupenda oportunidad de ser un autista digital. Mientras tú viajas para ordeñar leche de camella en una frontera donde sólo cruza el viento, yo estoy en ningún lugar, confundo realidades y me pongo el impermeable cuando llueve en un partido.
La computadora me ha permitido discutir con hikikomoris del Río de la Plata. He descubierto que son más supersticiosos que nosotros. Tenemos poca fe en el resultado de mañana. Ganarle a Argentina sería un milagro digno de la edificación de una nueva basílica de Guadalupe. No tenemos el brío que Chile mostró ante España para hacerle cosquillas al favorito. Además, nuestro entrenador ha entrado en una espiral de psicología fantástica. Confunde la terquedad con la coherencia y el desorden con la versatilidad. Es el único técnico que no tiene equipo básico. ¡No sabemos quiénes son los titulares! Cualquiera puede aparecer de golpe. El único inmodificable parece el Guille Franco, que sería notable si se suprimiera la molestia de jugar con balón. Este esforzado corredor de fondo es una herencia del mariscal La Volpe. Hace años, cuando Menotti llegó a entrenar a la selección, pidió que alguien que le explicara la mentalidad del mexicano. Como Octavio Paz estaba muy ocupado, se contentó con Javier Aguirre, que tenía 33 años y empezaba a perder fuerzas para patear contrarios. El Vasco siempre ha sido el más inteligente del grupo, el que entiende las debilidades psicológicas del vestidor. Fue el intérprete cultural del Flaco hasta que se pelearon. La Volpe no buscó intérpretes: buscó argentinos, y propuso la nacionalización exprés del Guille. Antes de que pudiera pronunciar Mictlantecuhtli, ya chutaba con pasaporte mexicano. La afición nunca lo vio como alguien suyo. Además se fue a jugar a España. Curiosamente, Aguirre, antropólogo de la identidad en tiempos de Menotti, ahora insiste en contar con un mexicano de duty-free. Forma parte de la tragedia del jugador de importación que la gente sólo se identifique con él a partir de los resultados. El juicio del sentimiento es implacable: preferimos perder con el Chicharito en el ataque.
Paso a la reacción de mis amigos argentinos, tú incluido: creen que nuestra actitud es una patraña para ganar, sospechan de una resignación tan consumada, temen que estemos fingiendo. ¿Es nuestro autoescarnio una estrategia? ¿Simulamos debilidad para sacar fuerzas de la noche? ¿Nuestra aquiescencia es el Caballo de Troya del que saldrán las lanzas de la superación personal? Los hikikomoris argentinos creen que así es. Miran la pantalla, perplejos ante los mexicanos que se rascan la coronilla y anticipan la derrota: “Tanta humildad tiene que ser brujería”.
Estamos tan seguros de nuestro sacrificio que hemos puesto nervioso al verdugo.
Al perder ante Uruguay, decidimos la forma de morir, lo cual se ajusta a la tradición: en el país de Rulfo los muertos juegan mejor.
Argentina buscará la realidad acrecentada de la leyenda. México mostrará cómo se lucha en el más allá.
- Juan Villoro
Vía Letras Libres
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