Por Carlos Pérez Sánchez
- Que tengas un bello día mi amor, te amo.
Y la besé….
Sabía que es importante recalcar mis sentimientos y besarla, con la inseguridad de la ciudad, no se sabe si es la última vez que uno lo hará y sobre todo que el ultimo recuerdo sea bello.
Abrí la puerta, salí a la calle y camine con cuidado entre el jardín para llegar al paradero de los autobuses.
Verifiqué que trajera conmigo todas las cosas que iba a necesitar, si me subía al autobús sería demasiado tarde para regresar a buscar lo que hubiera olvidado, se perdería mucho tiempo. Afortunadamente no me falta nada.
Llega el autobús, saco una moneda y subo por el estribo, le entrego la moneda al conductor y le indico mi destino, toma el importe del pasaje y me da el vuelto. Avanzo por el pasillo hasta la parte posterior, afortunadamente hay lugares y tomo asiento. Traigo mi maleta con documentos y mi computadora personal, que aunque la tecnología ha avanzado y ahora pesa menos, que pesa bastante.
El vehiculo avanza con precisión y en unos minutos llega a la estación del metro. Toco el timbre del autobús y se detiene para que se realice el descenso. Bajo con cuidado y veo el semáforo para poder cruzar la avenida. Camino cuidadosamente para llegar a la otra acera.
Veo a jóvenes en la esquina con sus botellas de agua en la mano ofreciendo limpiar los parabrisas de los automóviles a cambio de unas monedas, lamento la situación que viven, consumiendo droga, durmiendo en alcantarillas, es muy triste…
Llego por fin a la entrada del metro, veo los letreros para ubicarme y me dirijo a los torniquetes. Saco mi boleto y lo coloco en el torniquete que se activa y me permite la entrada. Camino al anden, espero la llegada del tren.
Ahí se encuentra una pareja de personas maduras, abrazados como si fueran adolescentes, demostrándose su ternura, profiriéndose cariño. Están ahí como si no hubiera nadie, como se estuvieran a solas en medio del campo. La gente los mira con curiosidad, con morbo. Ellos incólumes mirándose a los ojos con amor. Qué ternura…. Llega el tren, abordo rápidamente.
- Se va a llevar la última sensación del momento, disco con formato mp3 con los 200 mejores éxitos de la cumbia de los sonideros, sólo 10 pesos.
Miro por la ventana un letrero que dice: No compre con ambulantes, compre productos seguros, no promueva la piratería. Sube otro vendedor. Se va a llevar el periódico Universal Grafico, donde encontrara noticias, espectáculos, entretenimiento y algo más, por sólo tres pesos. También la prensa y el esto, por sólo seis pesos.
Me olvido de los vendedores y me pierdo en la meditación. Tengo tantos problemas que no sé por cuál debo empezar. Ah, tengo que ver el asunto de las calificaciones de mis alumnos, qué problema: no estudian y quieren aprobar. Como voy a poder calificar, de otra manera todos tendrán calificación desaprobatoria. Me acuerdo de mi mujer… Ella siempre tan linda, tan bien presentada, cuidando la imagen personal, con ese carácter tan humano que la ha hecho muy popular. Con esa sonrisa sincera y su mirada risueña. Con ese carisma personal que irradia amistad y cariño a las personas que se le acercan. Qué estará haciendo, es la hora de sus ejercicios diarios, seguro que estará echando los hígados con el maestro de aeróbicos, no debo llamarle ahora, seguro que la interrumpo o no me contesta. Seguro está bien.
Estamos llegando a mi destino, qué digo destino, no, a la parte final de mi viaje matinal. El tren abre la puerta. Desciendo rápidamente para permitir el acceso de nuevos pasajeros (recuerdo el paradigma del metro: “antes de entrar, deje salir”.
Camino por el pasillo, hay otra vendedora, me pregunto qué pasa acá, ¿no está prohibido vender aquí?
Salgo a la calle y veo mucho movimiento, la gente camina de prisa para llegar a tiempo a la escuela o al trabajo.
Llego a la esquina, cambia el semáforo, avanzo y siento un empujon tremendo y no sé nada más.
¿Qué me pasa?, no sé donde estoy, ¿qué me pasa?, veo mucha gente a mi alrededor. No sé qué me pasa, no me puedo mover.
Qué le voy a decir a mi mujer…
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