Por Karla Mariana Huerta
Querido Dios

Querido Dios:

No te estoy escribiendo como católica, ni como judía, ni como musulmana o budista, sabes que no lo soy, no creo que tengas la barba crecida o el cabello blanco, no creo ni siquiera que lleves una túnica. Quizá estés usando un costoso traje negro y vivas más cerca de mí que del cielo, pero ¿sabes una cosa?, hay momentos en los que sí me gustaría saber quién eres o dónde puedo encontrarte. Odio las instituciones humanas más que el sentimiento que corre con mis lágrimas esta noche, me desespera más la necesidad de acercarme a ti que la de hablar con mi madre, sin embargo, lo único que me ha llevado a escribirte hoy es mi miseria.

Tengo el corazón destrozado. Ahora que lo pienso es probable que así haya nacido, incluso, ese músculo rojo que mantiene constantes mis signos vitales, tal vez sea sólo un órgano más que me mantiene viva en términos médicos, pero que al mismo tiempo desde hace ya algunas lunas esta cansado de convertir mi sangre en lágrimas de coágulos.

Si te escribo hoy no es ni siquiera para pedirte ayuda, si algo he aprendido luego de 19 tortuosos años es que llegará un punto en donde todo estará bien, es como la crisis financiera, como el ciclo de la economía, como el período menstrual de las mujeres. En cierto punto todo estará bien, sin embargo, así como el rescate del gobierno o las subastas del Banco Central, así, mi masa roja apenas sobreviviente necesita urgentemente de alguien que me abrace francamente y reafirme que todo estará bien, me pregunto si esa persona puedes ser tú o podrías hacer el favor de enviar a alguien.

Hace mucho tiempo que siento un frío penetrante, mi piel dejó de sentir la ternura de las caricias sinceras porque la gente que creía amar sin condiciones ha terminado de destruir algo irreparable y ha moldeado como la avenida principal de mi ciudad esa cosa que se llama soledad y que aún después de cien o doscientos años, cada poro de mi cuerpo podrá sentir, porque pese a lo que ella diga, soy un ser humano y como tal y para mayor infortunio Siento. Los hielos helados que abrigan mis decisiones, las calculadoras pupilas que se dilatan con el pasar de los amigos y de los enemigos, creo que soy un lobo, creo que lo fui… y sin embargo lo único que desearía es encontrar con urgencia el camino a mi manada.

Sé que hace mucho que dejaron de creerme y es también por ello la razón de estas líneas pues esperaría que al menos tú si confiarás en lo que digo, es probable que desde hace tres años hayan dejado de quererme, pero en realidad no es eso lo que me importa, porque dentro de mi egoísmo y cariño personal (a veces demasiado grande) sée que tarde o temprano encontraré las perlas más valiosas de mi océano y eventualmente la paz que mi mente tanto ha demandado. Se que voy por buen camino con mis nuevos hermanos, sólo quisiera saber si encontraré el coral que tanto necesito.

Siento mucho que mis intertextualidades sean evidentemente pobres, pero si sirve de excusa o justificación las cadenas de Marx a diferencia del linaje fueron las que crecieron conmigo.

Y aunque este último párrafo pudiera no tener sentido, si a alguien no quisiera lastimar es a él, al que sé que está abajo intranquilo por mi sufrimiento, deseando la fortaleza que otras veces ha tenido, por que aún con sus errores, aún con todo eso que nos hemos dicho, si alguien ha sido sincero y descarado con sus sentimientos ha sido él, quién más ha querido ocultarlos.

Si pudiera decirle una sola cosa es que lo amo como Hércules a Zeus, como Héctor a Príamo, porque finalmente lo único a lo que aspiro en mi corazón de humano, es que un día pueda decirme “has sido el mejor hijo de todos los hombres”, pero creo que el traje de Héctor siempre me quedará grande.

Diciembre 16, 2008.