Una Cuestión Personal
Una Cuestión Personal // Literatura
Publicadas por
editorial Revista Apolorama
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viernes, julio 10, 2009
Por Israel Ahumada
Una Cuestión Personal
Una Cuestión Personal
La literatura de Kenzaburo Oé goza de una particular virtud: trasladar al lector al fondo del infierno. Un infierno dantesco, alegórico, mas no aquel lúgubre sitio donde las almas de unos cuantos desdichados arden. Me refiero al inframundo en el mundo. Porque de qué otra manera pudiéramos definir nuestra existencia, si no infernal. Pese a la apariencia, no pretendo caer en un pesimismo impuesto, ni mucho menos participar de un nihilismo extendido como epidemia por algunas células contraculturales. Parto del concepto de infierno con que la mitología bíblica ha adoctrinado a la humanidad: el abismo punitivo donde el hombre paga por sus errores.
De este modo, nuestra existencia se convierte en un ardiente caldero donde nos fundimos entre errores, culpas y remordimientos. Habitamos ese abismo donde nuestras decisiones pueden complicarnos aún más la vida, porque no somos lo suficientemente capaces para distinguir el bien del mal. O, bien pensado, el mal es inherente a todo aquello que nos produce gozo, placer, satisfacción ¡Cómo diablos suponen vamos a rechazar esa intensidad en esta única vida¡ Simple. Si no lo haces, te quemas.
Bird, un tipo raro, enclenque pero iracundo, sabe de lo que estoy hablando. Dentro de la insufrible lista de errores que él ha cometido, el primero que salta a la vista es el matrimonio: cansado de su esposa, de soportar a los inquisitivos suegros, del trabajo mecanizado, en fin, del rol de hombre que hasta ahora ha jugado, planea huir a África, el único sitio donde las cosas pueden ser de otra manera. Aquí, hasta este punto, su vida se fractura. Algunos borgianos podrán dejar volar su mente y entretenerse con las bifurcaciones que de aquí se puedan desprender
Mientras visualiza su futuro en medio de la jungla y se regodea de placer al imaginarse en un baile tribal, su esposa está dando a luz a un hijo deficiente, un vástago que condenará a su padre. Lo que continúa, es una cadena interminable de dilemas morales. Una cruel batalla entre presente y futuro, tanto así, que Bird desea y sugiere a los médicos que asesinen al niño. Se reencuentra con Himiko, una vieja amiga de la universidad, con quien vive apasionadas experiencias sexuales. Le propone abandonen todo y se larguen juntos. Al final, como siempre, las cosas resultan de otra manera.
En esta maravillosa novela, Kenzaburo Oé intenta canalizar los pensamientos desagradables, las frustraciones y los tormentos que sufrió por el nacimiento de Hikari, su hijo monstruo, en palabras del propio autor. Narrada con un lenguaje violento, emperifollada con metáforas desconcertantes y adornada con sucesos temibles, Una cuestión personal se convierte en una obra decisiva dentro de la bibliografía del Premio Nóbel.
Sin embargo, la crítica tuvo un serio problema con la manera en que Oé resolvió el final. La historia, como ya he mencionado, es sórdida tanto argumental como dialécticamente, exceptuando el desenlace, donde Bird rechaza sus platonismos personales y acepta a su hijo, a su esposa y a su vida.
…son muchos los que te han criticado por terminar tu novela de un modo brusco y con un final demasiado feliz ¿No crees que, en el fondo, tienen razón? Por mi parte, comprendo que hayas pensado en los sentimientos de Oyu al leer la novela. Sin embargo, tal como dice Asachan, para mejor conseguirlo debieras haber escrito una historia totalmente ficticia, basándote en el poder de tu imaginación. No deberías haber publicado tan pronto una novela basada en experiencias reales. Después de mucho reflexionar, he llegado a la siguiente conclusión: para Oyu y para ti, el nacimiento de vuestro bebé será una carga que acarrearéis toda la vida…
Este es un fragmento de un texto epistolar escrito por Gii -amigo de Kenzaburo Oé- publicado en Cartas a los años de nostalgia, otra verdadera hazaña literaria.
A mi juicio personal, el final es criticable sólo si se conforma uno con lo predescible. En una primer lectura, me dio la impresión de que el autor fue víctima de sus propios prejuicios, que evadió el terror de mirar a su hijo a los ojos y pensar en el bebé muerto de su novela, sin embargo, creo que no pudo haber sido más coherente, creo que no pudo haber escrito un final más pesimista. No hay pesimismo sin esperanza. La añoranza construye los deseos que el hombre persigue, los deseos son inasequibles y de esta forma se crea un círculo vicioso, donde de la esperanza nace la frustración.
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